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Trono sin juego.

Escribo esto antes del 19 de mayo de 2019, día en que se emite el último capítulo de Game of Thrones tras 9 años y 8 temporadas de personajes de moralidades ambiguas, tramas políticas, traiciones, sexo y sangre (en ese orden). Y escribo antes del final porque realmente, lo que suceda ahora mismo a todos los personajes de los que me enamoré, sencillamente me dan igual.


Si GoT fue la serie que llegó para cambiar la historia de la televisión, por argumento, por producción, por riesgo y por tenernos en vilo temporada tras temporada, temiendo que realmente cualquier cosa podría pasar (o lo que es lo mismo, que cualquier protagonista podría morir) las dos últimas temporadas se ha convertido en un simple show que solo pasará a la historia por decepcionante.


Una vez terminado el material de orfebre que George R. R. Martin construía en sus libros, David Benioff y D. B. Weiss, productores de la serie, se han visto abocados al típico espectáculo palomitero más propio de Marvel, donde los buenos viven mil peripecias hasta derrotar a los malos malísimos sin apenas consecuencias. Y no me entendáis mal, anteriormente ya expliqué las bondades y satisfacciones de Endgame, pero Marvel nació siendo Iron Man y murió de igual manera, GoT no.


Es esa simplicidad y reduccionismo la que ha hecho del final de la serie un mero espectáculo de fuego y sangre sin que, en definitiva, nos importe más o menos si al final todos mueren, y esto tal vez es lo más deprimente, no nos enfada, como puede haberlo hecho The Last Jedi (otro día hablaremos de esto) sino que simplemente nos da igual.

Solo comparar el nivel de tensión, sufrimiento y sobrecogimiento de, por ejemplo, la Boda Roja o la Batalla de los Bastardos, con el último asalto a Winterfell por parte del Rey de la Noche o el asedio a Kingslanding por parte de la enajenada Daenerys, es suficiente para hacernos una idea de la decepción que ha supuesto el final de una serie antológica.


Cuando eres fiel a tus personajes, cuando construyes sobre lo ya creado, cuando en el final reconoces el camino y ves que ha valido la pena sumarte al viaje de tu protagonista en busca de su objetivo, es cuando tu historia se vuelve épica y poética, es cuando el Storytelling brilla en su máximo esplendor.


Game of Thrones es tan solo una ocasión perdida, una decepción desangelada.





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